El pavón: ese oscuro, rojo y blanco objeto del deseo... ornitológico

Omar Suárez García y Fernando González-García

La niebla baja sobre las montañas y una brisa refrescante nos moja la cara. El sol se esconde tras las densas nubes y, a cambio, un correcaminos surge de los arbustos por un breve lapso y después vuelve a esconderse. Es el camino a la Reserva de la Biosfera Volcán Tacaná, ubicada al sur del estado de Chiapas, en los municipios de Tapachula, Cacahoatán y Unión Juárez. Nos adentramos en la inmensidad de la montaña para buscar al pavón Oreophasis derbianus, ave enigmática y bella pero, desafortunadamente, en peligro de extinción, la cual es conocida localmente por los hablantes de Mame o Mam como Chimeky tot wi wuts (pavo del cerro).

 

¿Cómo es el pavón, dónde vive y de qué se alimenta?

El adulto de pavón es un ave del tamaño de un guajolote. Pertenece a la familia de los crácidos (la cual incluye chachalacas, hocofaisanes y pavas). Su principal característica es la protuberancia roja -parecida a un cuerno- que posee en la parte superior de la cabeza. Presenta un patrón de coloración negruzco en la parte dorsal con la garganta y el pecho blancos finamente rayados; tiene una banda blanca en la parte media de la cola y sus patas son rojas. El pavón es frugívoro-folívoro, es decir, se alimenta de frutos y hojas verdes. En su dieta se reportan frutos de unas 57 especies y hojas de unas 12 especies de plantas. El pavón es un ave que solamente se distribuye en los bosques de niebla de las montañas del Este de Oaxaca, sur de Chiapas y Guatemala; actualmente es considerada como una especie amenazada a nivel global por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en inglés), y en peligro de extinción por la reciente Norma Oficial Mexicana 059-2010,  debido principalmente a la pérdida de hábitat causada por deforestación e incendios forestales y, en menor medida, debido a la cacería; de ahí la necesidad de saber más del pavón y de realizar esfuerzos para su conservación y la de su hábitat. En este sentido, un programa de monitoreo es esencial para conocer su tendencia poblacional en el mediano y largo plazo dentro de la reserva.  

 

¿Para qué se realiza el monitoreo del pavón?

El pavón es considerado una de las especies prioritarias para la reserva –es una especie “bandera” y una especie “sombrilla”-, sin embargo, su población en ese sitio es poco conocida, así que el equipo de la CONANP en el Volcán Tacaná decidió comenzar un proyecto de monitoreo involucrando a pobladores de las comunidades locales para generar conocimiento que ayude a la conservación de esta ave y de su hábitat. A la fecha se han impartido diversos talleres para la capacitación de los monitores en técnicas de muestreo de distancias usando transectos de determinada distancia, ubicados sobre senderos ya establecidos. Adicionalmente, los monitores también son entrenados sobre diferentes aspectos de la historia natural del  pavón. Este entrenamiento es llevado a cabo por investigadores de la Red de Biología y Conservación de Vertebrados del Instituto de Ecología, A.C. Por monitoreo se entiende una evaluación periódica de una variable determinada; en este caso se busca generar conocimiento acerca de las tendencias poblacionales del pavón en esta zona y su relación con los cambios ambientales para así tomar decisiones sobre la conservación de la especie en particular y del manejo de la reserva en general. El monitoreo se realiza por avistamiento directo, registros auditivos, la colecta de excretas, y la ubicación de bañaderos en las localidades de Agua Caliente, Benito Juárez-El Plan y Chiquihuite.

 

Agua Caliente

Los nervios y la ansiedad se apoderan de nosotros. La llovizna cae y pronto debemos instalar la lona en la camioneta para no mojarnos. Arribamos al ejido de Agua Caliente, primera localidad que recorreremos en busca del pavón. Desde ahí, tendremos que caminar cuesta arriba durante hora y media para llegar a la casa de don Benjamín, uno de los habitantes del ejido que también será monitor comunitario y que amablemente nos brinda su casa para pasar dos noches. Después de un buen esfuerzo y de comer frutas silvestres en el camino, llegamos a la casa y ya desde ahí la vista del volcán es majestuosa y la naturaleza empieza a manifestarse en todo su esplendor. Entre hortensias y colibríes, el aire es delgado y diáfano en tonos verdes y violetas. En el patio, don Benjamín tiene un caparazón de armadillo, un cráneo de tepezcuintle –ambos cazados para autoconsumo- un ejemplar disecado de leoncillo y un pajuil macho como mascota. Instalamos el campamento y al anochecer, disfrutamos de una cena deliciosa –carne, frijoles, café y tortillas hechas a mano- y después dormimos bajo el manto celestial de las estrellas de Mayo. Al otro día, desayuno temprano e inicio de una charla entre todos los integrantes del equipo para conocer impresiones acerca del monitoreo. Después, a iniciar el recorrido hacia el bosque de niebla. Es una caminata larga a través de senderos atravesados por arroyos de agua cristalina; la región es famosa por poseer varios nacimientos de aguas termales curativas en las cuales la gente suele ir a bañarse –de ahí el nombre del lugar-. Conforme vamos avanzando, el camino es más inclinado y por ende más difícil de caminar, sin embargo, entre bromas, pláticas y risas avanzamos sin reparar mucho en ello. Después de una caminata de más de una hora, llegamos al inicio del transecto: una zona en donde el bosque de niebla puede apreciarse, imponente: árboles de más de 30 metros de altura, orquídeas y bromelias pendiendo de las ramas y troncos de los árboles y hongos multicolores que son dueños del suelo en que pisamos. Un pajuil se esconde entre el follaje. Todo en calma. De pronto alguien voltea y grita: cuando levanto la vista, mis ojos reciben un brillo metálico de un verde esmeralda que se posa en la copa de un árbol: es un quetzal. Formidable. Caminamos midiendo y marcando el transecto a intervalos de 50 metros a lo largo de dos kilómetros. En el camino encontramos huellas de tigrillo, ranas arborícolas y multitud de aves endémicas de la región. También encontramos excretas de pavón, pero ningún avistamiento directo de esta ave.

El día siguiente, recorremos el segundo transecto, a tan sólo 300 metros de la casa en que dormimos; nos adentramos en el bosque y escuchamos cantos de palomas y graznidos de charas; entre las ramas se esconde un polluelo de halcón selvático de collar, que ante nuestra presencia se irrita y eriza las plumas que cubren su cabeza; también, melancólico en la vegetación, nos mira un búho leonado, endémico de Chiapas y Centroamérica. Sobre el camino nos encontramos una nauyaca de niebla, nos acercamos con prudencia: es peligrosa y temida, sin embargo, nos perdona la vida y a cambio nos da un par de buenas tomas fotográficas. Cada quién sigue su camino. Al final de la jornada, no pudimos ver al pavón. Tal vez mañana.

 

Benito Juárez-El Plan

Una tarde al pie del volcán Tacaná: entre plátanos, nubes y mariposas fugitivas. Los niños juegan y sonríen al pie del coloso que es su guardián y su fuerza, es su casa de fuego. Nos dirigimos hacia el bosque, que en su forma primaria se encuentra a hora y media del poblado, aproximadamente. Parece que cada día el bosque se aleja más y más de nosotros, sin embargo, caminando, se da uno cuenta de que es al revés. Transitamos cruzando arroyos, contemplando caídas de agua y flores e insectos en eterno romance; al final, llegamos a una cabaña diminuta en donde la gente del lugar almacena maíz. Esta será nuestra guarida por hoy. Comida a mediodía, entre amigos, la sierra como telón de fondo. Desde ahí, el cielo nos regala una sonrisa de colores sobre las montañas del sur. Después, a recorrer el bosque para medir y marcar el transecto. Ojos alertas, oídos bien abiertos, multitud de aves: zorzales, mulatos y picogruesos surcan nuestro cielo y llenan el ámbito de colores y trinos. La niebla cae sobre nosotros y nos envuelve en su aliento de vida; al pie de jobos y aguacates, la llovizna nos hace sentir lívidos y el aroma del suelo mojado nos invade. Somos el bosque. Al final del día, ni rastro del pavo del cerro, como también se le conoce en lengua Mame. La noche cae sobre nosotros y desde la cabaña la vista es magnífica: esas luces son Cacahoatán, esas otras, Tapachula, al fondo, el mar. El sueño nos vence.

Al siguiente día, temprano de mañana, a recorrer otra porción del bosque, más cercana al pueblo. Empezamos temprano a trabajar y pronto nuestros esfuerzos se ven recompensados: un nido abandonado de quetzal. Vamos cuesta arriba y subimos con problemas. La lluvia se adelanta y cae a mediodía, el camino se torna lodoso. Los pies resbalan y todos caemos casi a punto de besar el suelo. El descenso es aún más problemático: es imposible caminar dos metros seguidos, es más fácil rodar o deslizarse, aunque también más doloroso. Al final del día, regresamos al pueblo mojados, sucios, exhaustos, hambrientos, y sin pavón. Sin embargo, en la casa de uno de nuestros compañeros, la comida caliente y el dulce aroma del café tornan los contratiempos en divertidas experiencias que difícilmente se borrarán de la memoria. Tampoco esta vez hubo pavón. Quizá la siguiente semana.

 

Chiquihuite

Es medio día y el sol permanece oculto tras las nubes, que amenazan con dejar caer su cortina. Llegamos a la comunidad de Chiquihuite, un lugar bien conocido por la gente que suele ascender el volcán porque es el punto de inicio para cualquier expedición a la reserva. La gente sale tímidamente de sus casas porque la llovizna se ha hecho presente. Antes de iniciar el ascenso al volcán, el equipo de la reserva reúne a la gente del pueblo para dar una plática de educación ambiental y del pavón. Algunas personas conocen bien al ave en cuestión, la han visto y la describen con certeza, otras no logran ubicarla del todo. Escuchamos con atención. La gente es muy activa y participa, son conscientes del valor que la montaña tiene para todos. Termina la plática e iniciamos el ascenso bajo una llovizna pertinaz. Hacemos la primera parada en la casa de nuestro compañero Evaristo y ahí comemos y bebemos un poco de café –ahí se da uno cuenta del significado tan profundo que una bebida caliente puede tener-. Continuamos el ascenso bajo lluvia, los impermeables pronto se tornan inútiles y el agua se filtra a nuestras ropas y posteriormente a nuestros cuerpos. Arribamos al albergue de Papales, un sitio de descanso para todo excursionista que va camino a la cima. Ahí dormimos. Temprano al otro día salimos hacia el bosque de niebla, que está como a tres o cuatro horas de camino. Es un trayecto muy difícil pero las vistas son magníficas: bosques de pino que parecen encantados (y que además son encantadores), aves que rasgan la niebla por un momento, alfombras de musgos y lagunas. Llegamos al inicio del bosque y marcamos los transectos con dificultad, ya que la lluvia es intensa y el camino sinuoso. De regreso al campamento, nos sorprende la noche con su aliento frío y los pies empiezan a doler. Sin lámparas suficientes uno no sabe en dónde pisa y avanza lento. La caminata termina a la luz de un fogón y el calor del café y las pláticas amenas. Sin pavón una vez más y mañana la última oportunidad de encontrarlo. Quizás la siguiente semana.

Como de costumbre, salimos temprano hacia la última porción de bosque de montaña o bosque de niebla, que se encuentra más cercano a nuestro campamento. Llegamos e iniciamos la marcación de nuestro transecto. Un poco resignado, caminamos observando la vegetación. De pronto un grito: parece que alguien encontró un pavón. Avanzamos rápida pero sigilosamente: debemos ser silenciosos, de lo contrario, el pavón se asustará y huirá. Llegamos casi arrastrándonos (por el esfuerzo y para no ser vistos). Nuestros compañeros señalan hacia unas ramas, observamos detenidamente y ahí está: inmóvil, mirándonos  con la misma curiosidad con que nosotros lo miramos a él. Sacamos nuestras cámaras y disparamos. Tal vez consciente de su belleza, se queda quieto y nos regala buenas tomas. Extiende las alas y abre el pico un poco amenazante. Finalmente se va volando.

 

Esfuerzo conjunto

La Reserva de la Biosfera Volcán Tacaná, la Casa de Fuego, es uno de los últimos lugares de México en donde se puede observar al pavón en libertad. El equipo de la reserva en colaboración con instituciones de investigación, instituciones privadas y las comunidades locales está realizando acciones muy importantes para su conservación, y la mejor manera de ayudarlos es difundir su trabajo y visitar el lugar. El esfuerzo vale la pena. Es muy difícil subir el Tacaná, pero la recompensa por hacerlo es inmensa.

Agradecemos al equipo de la CONANP y a la gente de las comunidades mencionadas su apoyo durante nuestra visita al Volcán, así como su amistad y generosidad.