Palabras clave: restauración, refaunación, bosque de niebla

Anochece en el bosque de niebla. Desde el pequeño claro entre árboles imponentes donde me encuentro, a pocos kilómetros montaña arriba desde los centros urbanos de Xalapa y Coatepec, escucho el profundo ulular del Halcón Selvático de Collar. Su canto es reconfortante. El que poblaciones de esta formidable ave rapaz forestal residan en estos bosques significa que existe una razonable abundancia y diversidad de los mamíferos, aves y reptiles de mediano tamaño que constituyen sus presas. La persistencia de poblaciones de animales localizados en los niveles más altos de las cadenas tróficas, especialmente los superdepredadores, señala que los niveles inferiores deben estar en buenas condiciones funcionales ¿Indica la presencia del halcón selvático y de la zorra gris que campea en la ribera del arroyo, y la del conjunto de depredadores pequeños y medianos que los acompañan, que esta franja de bosque de las faldas orientales del volcán Nauhcampatépetl (Cofre de Perote) goza de “buena salud ecológica”?

Recuerdan algunos vecinos mayores que al cercano arroyo del jabalí le quedó el nombre porque era refugio frecuente de los pecarís de collar que todavía vieron cazar en su juventud. A principios del siglo XX las agrestes barrancas de las cuencas altas de los ríos Actopan y de la Antigua, por encima de los incipientes centros urbanos y las haciendas azucareras y cafetaleras, permanecían relativamente inaccesibles y todavía estaban cubiertas por espesos bosques mesófilos con árboles de gran porte. Los bosques albergaban poblaciones de herbívoros medianos como el pecarí, temazate, venado cola blanca, aves frugívoras mayores, como la pava cojolite y quizás el hocofaisán, carnívoros medianos como el ocelote, el tigrillo, el jaguarundi y el lince, y mayores como el puma y el jaguar.

La demanda de durmientes para los ferrocarriles impulsó en el siglo XIX la explotación de los bosques de coníferas de la zona alta del Cofre de Perote, especialmente en su vertiente oeste. Es tras la Revolución cuando se produce una colonización mestiza decidida de las laderas orientales del macizo montañoso. El reparto agrario promueve el aprovechamiento de los recursos forestales, a través de la conformación de ejidos y de concesiones del gobierno federal a compañías madereras, que instalan aserraderos y proceden a la extracción destructiva de madera y a la apertura de espacios para cultivos y ganadería. Los colonos y asalariados que desmontaban los bosques procedían a la cacería para proveerse de carne, apuntando especialmente a la fauna de mayor tamaño. La destrucción del hábitat y la cacería fue suficiente como para extirpar esta fauna de la región hacia los años 1940. Aunque la vegetación se ha recuperado parcialmente desde los desmontes de los grandes árboles, y con ella parte de la fauna menor, los animales de mayor porte ya no regresaron. Las comunidades humanas experimentan hoy una “amnesia ambiental generacional”, en la cual esta fauna y los bosques maduros a los que estaba asociada, desaparecen incluso del imaginario colectivo. Esta amnesia se puede extender incluso a los ecólogos profesionales que pudieran considerar estos ecosistemas “discapacitados” como referencia de calidad ambiental. Sea que falle la memoria histórica, se puede observar la presencia de fauna mayor en los bosques mesófilos de montaña de las partes altas de las cuencas hidrográficas vecinas, al norte (Nautla) o al sur (Jamapa, Río Blanco). Si no fueran suficientes estas réplicas geográficas del ecosistema, la memoria ecológica y evolutiva de la vegetación también revela los espectros del pasado faunístico. Muchas plantas están protegidas contra el ramoneo por poderosas espinas o toxinas, o poseen ramas muy resistentes a la rotura, y raíces profundas y resistentes a ser arrancadas. También sobreviven a pérdidas abundantes de follaje y corteza, y tienen gran capacidad de rebrote después de ser cortadas. Esas adaptaciones señalan una historia de convivencia y coevolución entre la vegetación y una fauna de grandes herbívoros, y de grandes carnívoros que depredaban y regulaban sus poblaciones.

Estos animales no son elementos puramente estéticos del bosque, sino que califican como especies clave, al cumplir funciones ecológicas importantes que determinan la estructura físico-química y funcional de todo el ecosistema, influenciando la abundancia de especies ecológica y evolutivamente muy distantes. Los grandes herbívoros consumen las plantas de forma diferencial, eligiendo las que les aportan los nutrientes o metabolitos necesarios, y allá donde perciben menor riesgo de depredación, con lo cual afectan la composición florística y la distribución espacial. Además, afectan físicamente a la vegetación y el suelo con el pisoteo y la rotura de ramas a su paso, creando bordes y ecotonos, y escarbando en busca de raíces y hongos, crean depresiones que pueden acumular agua, detritos y sedimentos. También alteran la distribución espacial de nutrientes al depositar sus deyecciones, e incluso con la descomposición de sus cadáveres y esqueletos, enriqueciendo suelos y aguas. Sus actividades diversifican el ambiente y afectan a todos los elementos del ecosistema, aumentando su productividad y biodiversidad.

Regresando a la duda inicial sobre si el ecosistema de los bosques de niebla amparados en la Reserva Archipiélago de los Bosques de Xalapa y Coatepec goza de “buena salud ecológica”, atendiendo al relativo buen aspecto de la vegetación de algunas áreas, y a la relativa alta biodiversidad en comparación con áreas más degradadas, hay que contestar que “no tanto”, pues la ausencia de la fauna grande indica que los procesos que mantuvieron la estructura y función del sistema a través del holoceno no están actuando de forma adecuada, con lo cual cabe esperar un futuro de deriva ecológica con mayor degradación de sus funciones y servicios ambientales, más teniendo en cuenta las presiones negativas que siguen ejerciendo las densas poblaciones humanas de sus inmediaciones y el cambio climático global. Quizás el mayor peligro para la conservación del ecosistema de bosque de niebla de la región sea que la imagen actual del mismo, construida a partir de la amnesia ambiental generacional, se asiente como una línea de base con la cual juzgar su calidad, función y valor ecológico y cultural, que limite los esfuerzos de restauración futuros. La refaunación de los bosques con los animales grandes que a ellos pertenecen puede ser la clave para restaurar sus funciones ecológicas y refrescar la memoria colectiva con su significado ecológico, cultural y económico.  

 

Pies de figuras

Fig 1. Los consumidores primarios menores, como las ardillas (Sciurus aureogaster), son comunes en el bosque. Autor: Antonio Guillén Servent.

Fig 2. Las aves frugívoras de mediano tamaño, como las tucanetas verdes (Aulacorhynchus prasinus) también abundan en el bosque mesófilo de montaña. Autor: Antonio Guillén Servent.

Fig 3. La abundancia de mamíferos medianos omnívoros, como los tlacuaches (Didelphis marsupialis), puede ser efecto de la falta de depredadores mayores que controlen sus poblaciones. Autor: Antonio Guillén Servent.

Fig 4. En algunas barrancas recónditas todavía existen rodales de bosque que probablemente nunca fueron talados y que recuerdan al bosque primigenio. Contienen árboles enormes con troncos de más de 1,5 m de diámetro y más de 300 años de edad. Autor: Antonio Guillén Servent.