Palabras clave: conocimiento local; manejo de abejas; fenología de floración

La curiosidad es una característica innata al ser humano y ha sido un factor determinante en el aprendizaje de los fenómenos que ocurren en la naturaleza, tales como el comportamiento del clima, las relaciones que existen con las plantas y animales, los tipos de suelo, entre muchos otros aspectos. En el medio rural, esta curiosidad se enfatiza por el hecho de que este conocimiento es la base de los medios de vida, por lo que las personas desarrollan saberes detallados de su entorno, que muchas veces coinciden con el conocimiento científico generado en las instituciones de investigación. Incluso, muchas veces el conocimiento local o tradicional, aporta de manera significativa a la generación del acervo científico ¡qué biólogo no ha contado con un guía de campo local para realizar su investigación!

El conocimiento tradicional o local se adquiere día a día, a partir de la observación y experimentación que requiere el trabajo y la vida en el campo, pero también por las prácticas culturales producto de la enseñanza de los padres, abuelos y de la vida en comunidad. En particular, la gente del campo se destaca por su sensibilidad que permite entretejer información fina y detallada y que lleva, por ejemplo, a reconocer un árbol tan solo por mirar la forma de su copa, a diferenciar los sonidos y seguir los rastros de los animales, a relacionar los olores con flores, hojas y hasta con los suelos, aparentemente inertes, o bien saben si las nubes anuncian lluvia o no. 

Si hablamos de plantas, es notorio el amplio conocimiento que se tiene de ellas. Las plantas son observadas desde que germinan hasta que llegan a su madurez, pues muchas de ellas son alimento, cobijo, sanación o incluso parte del lado lúdico de la existencia. Un ejemplo de este amplio conocimiento es aquel que se presenta en contextos donde por tradición se manejan abejas, ya que las personas hacen de ellas parte de su vida. Esto puede ser a partir del manejo de abejas sin aguijón (meliponicultura), actividad ancestral en la que las abejas son trasladadas a las casas y su miel es usada en los cuidados tradicionales, o mediante el mantenimiento de apiarios con Apis mellifera, la abeja de la miel, que es ampliamente comercializada. En ambos casos se requiere del desarrollo de importantes conocimientos que implican la interacción de las plantas con sus polinizadores. Así, para ambas actividades es importante que los productores reconozcan no solo las épocas de floración de las plantas que aprovechan sus abejas, sino también su duración y abundancia, y cuáles contribuyen más que otras para la producción de miel. Por ejemplo, para este mes de febrero, que es la parte final del invierno en la región central de Veracruz, los productores saben que el jonote, los encinos y diferentes especies de lauráceas, como son los chinines, pahuas y aguacates, florecen de manera profusa (foto 1) y se convierten en plantas esenciales para el mantenimiento y crecimiento de las abejas; prueba de ello es escuchar zumbar a los árboles entre los cafetos.

El conocimiento de los cambios que ocurren en las plantas durante un ciclo anual se le conoce como fenología, y puede incluir desde la formación de hojas o su desprendimiento, hasta el seguimiento de cuándo aparecen las flores o cuándo se desarrollan y maduran sus frutos. Los tiempos en que se producen estos eventos pueden ser compartidos o no entre las especies de una comunidad o una región. En particular si hablamos de floración, nos referiremos a la combinación de flores que aparecen y desaparecen en un sitio a lo largo del año y cuyo conocimiento se vuelve clave para un mejor manejo de las abejas. Estos saberes pueden ser registrados y dibujados en un calendario de fenología que sintetice el comportamiento de la comunidad vegetal donde se desarrollan las abejas (foto 2). 

En talleres realizados con los meliponicultores de Atzalan, ha sobresalido el beneficio que tiene el también registrar el tiempo de fructificación, pues ello conlleva el valioso tesoro de reconocer la disponibilidad de semillas, que puede ser una herramienta idónea para el trabajo de reproducir las plantas que benefician a las abejas. Los colmeneros saben que la producción de sus abejas depende de la abundancia de recursos florales, así que sembrar y ofertar mayor número de flores a sus abejas puede ser una acción en pro de las abejas, pero también de la conservación de los remanentes de selvas y bosques que nos rodean (foto 3).

El Jardín Botánico Francisco Javier Clavijero que se ubica en el Instituto de Ecología, A. C. resulta un espacio ideal para que sus visitantes reconozcan este importante acervo de conocimientos bioculturales entre abejas y plantas, que son base de las prácticas cotidianas de productores y productoras de miel virgen en el estado de Veracruz y visiten el meliponario que en él existe.

 

Pies de figuras

Fig 1. Vivero rústico establecido en Atzalan para el desarrollo de especies nativas y útiles que benefician a las abejas de la región. Crédito: Claudia Gallardo Hernández

Fig 2. Árbol de chinini (Persea schiedeana). Crédito: Fortunato Ruiz de la Merced

Fig 3. Jonote en fruto (Heliocarpus appendiculatus). Crédito: Fortunato Ruiz de la Merced

Fig 4. Encino en flor (Quercus germana); especies cuya floración comienzan a mediados de invierno en la zona centro de Veracruz y se convierten en un recurso medular para las abejas. Crédito: Claudia Gallardo Hernández

Fig 5. Calendario de floración de las principales especies melíferas en Atzalan, Veracruz. Crédito: Fortunato Ruiz de la Merced

Fig 6. Vivero con productores, establecido en Atzalan para el desarrollo de especies nativas y útiles que benefician a las abejas de la región. Crédito: Claudia Gallardo Hernández.