Pero ¿qué ocurre con las plantas? Con ellas el panorama es radicalmente diferente: no es desconocido que muchos de nosotros padecemos lo que los botánicos James H. Wandersee y Elisabeth Schussler llamaron plant blindness (o ceguera vegetal) para designar el creciente desconocimiento y la falta de apreciación hacia el mundo vegetal entre las personas, o dicho de manera simple, no somos capaces de ver las plantas, particularmente las abundantes herbáceas, que crecen en nuestro entorno cercano. En nuestras ciudades y pueblos, la obligada pausa a la presencia humana en calles y otros espacios públicos permitió a muchas comunidades de plantas, comúnmente ausentes, germinar, crecer, establecerse y al menos completar un ciclo de vida, antes de ser retiradas nuevamente en ese afán raro de “mantener limpios y con aspecto estético las áreas verdes públicas”.

Después de algunas semanas de reclusión (interrumpida muy pocas veces) me vi obligado a caminar por un buen trecho, las calles de Xalapa. En esta temporada las jacarandas reciben al caminante con su floración azul violácea intensa y una agradable sombra. La vista disfruta invariablemente de este espectáculo, pero no es el único: desde el nivel más cercano al suelo, en los camellones y jardineras numerosas comunidades vegetales formadas por una gran diversidad de asteráceas, commelináceas, iridáceas, rubiáceas y malváceas, entre muchas otras familias de plantas, han surgido de manera espontánea, haciéndonos recordar que ahí han estado, aguardando la oportunidad óptima para brotar a la vida al lado de otro grupo igualmente diverso, hoy desatendido, de plantas ornamentales.

Es una experiencia interesante y digna de ser compartida, ver y comprobar cuánto se ha asilvestrado la Ciudad de las Flores durante mi reclusión forzada y durante la drástica reducción de la actividad, expresada en la ausencia, de los empleados municipales que se ocupan de cortar estas plantas cada poco tiempo. Durante la caminata se respira alivio en el aire y percibir la emergencia de esta flora espontánea, regala una energía contagiosa y eufórica. A pesar de todo confieso que me invade cierto nivel de decepción. Esta flora silvestre, común y espontánea es lo suficientemente colorida y espectacular para llamar la atención de los transeúntes…pero no es así. Esperaba ver -cándidamente me doy cuenta- a las personas observando con admiración los regalos vegetales simples de una primavera muy particular, y no. Pareciera que, al menos en el tiempo que me tomó cruzar caminando mi ciudad, sigo siendo el único que le presta atención a la exuberancia verde que se ha adueñado de toda grieta disponible, y que ha transformado parques, jardines y camellones en bosques a escala.

En las pequeñas y medianas jardineras se han apresurado a crecer, predominando sobre otros grupos de plantas, numerosas asteráceas de hojas anchas y flores amarillas, ofreciendo un banquete a los diferentes grupos de polinizadores. Las abejas, mariposas, escarabajos, moscas, hormigas y aves se apropian apresuradamente de cada una de estas pequeñas junglas que reclaman su derecho a existir. Sobre las bardas de piedra o ladrillo prosperan diferentes especies de helechos, formando penachos dignos del mejor carnaval, aunque las reinas de este carnaval vegetal son los “quiebraplatos” (Ipomoea mutabilis), plantas convolvuláceas que se han adueñado de las cercas de malla oxidadas que rodean las casas de los humanos, enmarcan pasillos o incluso han conquistado los setos de azálea y boj, derramando mantos de grandes flores con forma de grandes trompetas color violeta como una marea primaveral sobre las aceras. Para mi disgusto, la gente pasa de largo sin dedicarles la más mínima atención; nadie parece verlas.

Los humanos tenemos un sentido raro de la estética y muchas veces las plantas son las víctimas de ello. Por costumbre llamamos "malas hierbas" o “malezas” a estas resistentes -y resilientes- plantas callejeras espontáneas, y en virtud de esa “maldad” su destino es el machete, las desbrozadoras o peor aún, las grandes e irracionales cantidades de herbicidas tóxicos, a todas luces inútiles para controlarlas. Coincido con mi amiga Aina S. Erice, bióloga y escritora balear: Se me ocurre pensar en la conveniencia de cambiar eso de “malas hierbas” por “plantas oportunistas”, ya que aprovechan todas las oportunidades y se empeñan en crecer donde y cuando ellas quieren en lugar de atenerse a nuestros deseos estéticos. Estas plantas nos han demostrado que son capaces de sembrarse y cultivarse solas y con una independencia total respecto a nosotros, pero eso no las hace malas. Por el contrario, claramente estas comunidades vegetales diversifican el entorno urbano, lo embellecen y lo hacen mucho más habitable para los polinizadores, los mamíferos y las aves silvestres. Ya que no son plantas malas, ¿no convendría cambiar esta definición...?

Lamento que hoy, cuando las diferentes labores van reiniciando, varías de las comunidades vegetales espontáneas que inspiraron este breve artículo, han desaparecido por la acción de las podadoras, para dejar su espacio a otras comunidades de plantas mucho más simplificadas y, para algunos, más estéticas.

 

Referencias

  • Wandersee, J.H. and E. E. Schussler (1999). “Preventing Plant Blindness” En: The American Biology Teacher 61 (2): 82-86. University of California Press.
  • Erice, A.S. y J. A. de Marina. 2015. La invención del Reino Vegetal. Historias sobre plantas y la inteligencia humana. Ariel. Barcelona. 445 p.

Créditos de las fotos: Orlik Gómez García