La vida en mí, conociendo a mis huéspedes eternos

Dolores Hernández Rodríguez & Antonio Acini Vásquez Aguilar

Estamos acostumbrados a pensar en nosotros como entes únicos, conformados como unidad. Sin embargo, aunque ciertamente únicos, cada uno de nosotros es en realidad un ecosistema que alberga millones de seres vivos, tan diversos como indispensables para nuestra salud y bienestar.

 

Al igual que en nosotros, cada especie animal y vegetal funciona como un complejo ecosistema en el que habitan millones de microorganismos con los cuales han coevolucionado y que juegan papeles muy importantes (en muchos casos aún desconocidos) para mantener el buen estado de salud de sus hospederos).

Sobre nuestra piel y dentro de nuestro organismo, se estima que tenemos aproximadamente dos kilogramos de microorganismos que superan en número a las células de nuestro propio organismo y que han evolucionado paralelamente.

Aunque para algunos, la simple idea de pensar en “bichos diminutos” viviendo en su cuerpo es algo inimaginable, esta cohabitación resulta en un beneficio mutuo pues estos nos proporcionan elementos indispensables para el metabolismo, además de defendernos contra patógenos, al mismo tiempo que aprovechan algunos recursos nutritivos, tejidos o secreciones humanas para cubrir sus requerimientos, es quizá por eso que se les ha llamado microorganismos comensales, término que comúnmente se refiere a aquellos que se sientan a comer en la misma mesa.

Al igual que en cualquier ecosistema, cada grupo de organismos tiene una función específica, dependiendo su tipo y el lugar donde se alojan; algunos generan vitaminas, otros degradan componentes que nuestro cuerpo no puede por sí solo, algunos más producen sustancias antinflamatorias y estimulan el sistema inmunitario.

La cavidad oral es uno de los lugares que se ocupa poblado por bacterias, en este pequeño hábitat, ha sido complicado establecer las especies y las funciones benéficas de los microorganismos que la habitan, pues es un sitio donde existe una constante colonización proveniente de medios externos, como los alimentos u objetos que solemos introducir en nuestra boca, además, el constante flujo de saliva, la deglución y la higiene bucal, están constantemente eliminando bacterias y otros organismos.


 

El principal efecto benéfico que se ha atribuido a los microorganismos de la boca ha sido la protección contra patógenos, al impedir o minimizar su establecimiento. Algunos autores han sugerido que los microorganismos de la cavidad oral pueden sintetizar vitaminas y contribuir a la digestión, pero esto no ha sido cien por ciento probado.

En cuanto a la cavidad nasal y faríngea, se sugiere que las bacterias juegan un papel crucial en la reacción del sistema inmune mucoso y sistémico, aunque esto ha sido escasamente estudiado; los beneficios se centran en la acción protectora contra patógenos, al ocupar sitios de adhesión en el epitelio mucoso, a la vez que contribuyen al mantenimiento del mismo para que la producción de moco sea eficiente y lleve a cabo su función de barrera contra partículas y organismos perjudiciales.

El ecosistema vaginal es uno de los más dinámicos, está densamente poblado por una diversidad de microorganismos. Entre los beneficios que aporta esta población, encontramos una fuerte actividad estimulante del sistema inmunitario, producción de sustancias antimicrobianas (ácido láctico y bacteriocinas), estimulación de las células epiteliales de la mucosa y la colonización de los sitios de adhesión.

Anteriormente se consideraba al tracto genitourinario masculino como un sitio libre de microorganismos, pero estudios recientes realizados en pacientes sanos han mostrado que en realidad está poblado por una serie de bacterias que pueden estar jugando un papel relevante en el mantenimiento de la salud.

Finalmente, el más diverso de los ecosistemas de nuestro organismo, el tracto intestinal. Poblado por un increíble número de bacterias, ha sido el más estudiado desde hace décadas, aquí las bacterias llevan a cabo importantes funciones metabólicas como la degradación de componentes de la dieta para la obtención de energía y nutrientes, la síntesis de vitaminas y la absorción de minerales como calcio, fósforo, magnesio y hierro.

También son capaces de afectar la estructura y fisiología del intestino; así mismo se ha detectado que degradan compuestos tóxicos, incluso, se ha mostrado la capacidad de algunas especies bacterianas para limitar el crecimiento de células cancerígenas en el colon.

Otros estudios han demostrado la importancia de nuestros diminutos habitantes intestinales en padecimientos metabólicos como la diabetes y la obesidad, o la protección contra alergias, dejando asombrados a los científicos por la influencia que ejercen en nuestro estado de salud.

Más impactantes han resultado las recientes investigaciones en las que se ha planteado que las bacterias comensales afectan a una variedad de comportamientos complejos incluyendo la conducta social, emocional, conductas de ansiedad y que pueden contribuir al desarrollo y la función del cerebro; tanto así que las interacciones entre microorganismos y cerebro han sido la base para establecer la capacidad de terapias basadas en microbios para tratar los síntomas de la depresión y esclerosis múltiple en ensayos realizados con ratones.

Habiendo conocido un poco sobre nuestros huéspedes eternos, quizá debamos replantear nuestra percepción sobre nosotros mismos y pensar que al cuidar de nuestra salud, estamos procurando el bienestar de todos aquellos pequeños seres que habitan dentro de nosotros, o bien, qué al procurar el mantenimiento de nuestros pequeños huéspedes, estamos directamente trabajando en pro de nuestra salud .